No necesitas materiales caros ni mucho tiempo para ofrecerle a tu hijo desafíos intelectuales que le motiven. A menudo, lo cotidiano puede convertirse en una gran fuente de aprendizaje.
Por ejemplo, jugar a juegos de estrategia como ajedrez, tangrams o laberintos visuales fortalece el pensamiento lógico. Proponer retos creativos (“inventa una historia con estos tres objetos”) despierta su imaginación y capacidad de asociación.
Las recetas en la cocina se convierten en problemas matemáticos y científicos. Las caminatas pueden transformarse en exploraciones naturales. Y las preguntas que hace cada día son oportunidades para investigar juntos, sin respuestas cerradas.
Lo más importante es que se sienta libre de probar, equivocarse y disfrutar sin exigencia. Aprender no tiene por qué ser una carga: puede ser parte de su juego diario.